domingo, 20 de octubre de 2013

No es tan fácil morir





P R Ó L O G O

NO ES TAN FÁCIL MORIR

 “No es tan fácil morir” proclama  Caridad, la casi octogenaria protagonista de esta novela que David Sáez Ruiz nos regala para disfrute de quienes gustamos de la buena literatura. Una afirmación que desafía cualquier lógica comúnmente aceptada y más a esas alturas de la vida y que sirve de título a la obra. En realidad, no es tan fácil creer que David no haya sido, en alguna reencarnación anterior, la propia Caridad, de manera  que solamente se haya dejado llevar, al redactar el diario que da cuerpo a la novela, por lo que le haya dictado la simple descripción de ese déjà vu. Y una vez culminada la lectura, no es tan fácil creer que tampoco en esta vida presente David no sea una mujer madura, sino un hombre cuarentón que apenas acaba de concluir su segunda novela, tras aquella primera que se llamó El primer otoño.

El diario que Caridad se empeña en escribir  en el tardío otoño, o más bien ya invierno, de su propia vida está articulado en torno a la lectura de la madre de todas las novelas que en la literatura universal han sido: El Quijote. David se ha impregnado de Quijote hasta los tuétanos para ofrecerle a ella un asidero sobre el que articular su extraordinario soliloquio: el diario. Que en contra de lo que Caridad afirma, está escrito precisamente con la mal disimulada, en realidad, irresistible esperanza de que algún lector fisgón viole su intimidad y se apodere de los secretos tantos años por ella guardados con el recato propio de la educación que nuestras sufridas madres recibieron.

David ha tomado prestados los nombres de cada capítulo, para añadir, justo a continuación un significativo fragmento de la obra cumbre cervantina, a partir del cual  Caridad penetra con audacia en el alma humana desde sus propias vivencias presentes y pretéritas, en un relato lleno de sinceridad y de quijotesca amargura. Y sobre todo, de magnífica literatura. Es, por tanto también, toda una antología de textos del Quijote, que le dan argamasa al relato. Aunque quizás en este caso más debiéramos decir argamasilla y no precisamente en tono despectivo, sino como velado homenaje al presunto lugar de La Mancha del que don Miguel de Cervantes no quiso acordarse, al menos en público. Estas selectas píldoras quijotescas, aparte de ofrecernos  un compendio excepcional de toda la obra, nos invitan a volver a leerla de nuevo. Y si es que alguien aún no lo ha hecho, se sentirá a empujado, por fin, a su lectura nada más concluir la de No es tan fácil morir, pues ya no le será tan fácil vivir sin haber leído completas las aventuras del ingenioso hidalgo. Y ese estímulo es también el caritativo obsequio, en el doble sentido, que David ofrece a sus lectores.

Disfrutamos mucho hace ya casi tres años con El primer otoño, una novela en la que el mismo David rendía tributo a su necesariamente idealizada juventud y a las fiestas, “únicas en el mundo” de su Albarracín. Pero detrás de aquella opera prima, ya se vislumbraba su calidad literaria, no muy habitual en un neófito del género novelístico. A pesar de ello, ni sus mejores amigos, entre los que tengo la dicha de encontrarme y que ya entonces nos dimos cuenta de lo bien que escribía David, hubiéramos podido pronosticar, que en tan poco tiempo, fuera capaz de dar el salto de madurez que existe entre ambas obras. Porque es indudable que, ahora sí, nos hallamos ante una gran novela. De esas que cuando te has puesto a leerlas, parece que te agarran por la pechera y te impiden soltarlas hasta el final, dejando de lado todo lo demás que pudieras estar haciendo.

Caridad nos atrae y nos conduce hacia su mundo donde existen paradojas como el “maleficio de la duda” o en el que se puede estar “cuerdo de remate”. Y donde se proclama una y otra vez: “bendita locura, la de Don Quijote”. Pero es un mundo totalmente actual, donde se presentan con descarnada ironía los manejos de sus hijos para ingresarla, por el bien de ella, en una residencia de la tercera edad, denominada Septiembre cálido, un eufemismo muy al uso de la actual dictadura de lo políticamente correcto; que no es sino la rancia hipocresía travestida de globalidad y competitividad. ¡Malditos palabros, vive Dios!

Hay divertidas definiciones como la del recién citado Septiembre cálido al que denomina “un colegio de parvulitos arrugados”. O sabias reflexiones como que “la muerte siempre sorprende. Incluso en una residencia de ancianos parece increíble que alguien se muera (cuando lo milagroso es lo contrario)”. O “por ignorancia o por demencia, cuando la quimera es dulce, creer se antoja inevitable”. O “quizás el poso más amargo que deja el Quijote es el reflejo de las propias miserias”. O cuando asevera que “Don Quijote no está más loco que cualquier enamorado”. O al criticar con velada ironía y aguda retranca los esfuerzos de su nieta por adelgazar, que se traducen en lo que denomina “la dieta de la luna” debido a que la chica tiene  “obsesión por menguar”, comiendo “lechuga entre pan y pan” achacándolo a las manías de la madre de la criatura en idéntico sentido.

Como buen psicólogo, que lo es por vocación y profesión, David aprovecha su mucha sabiduría en la materia para ir trufando el texto de geniales disquisiciones que hábilmente atribuye a Caridad: “Todas las madres tenemos algo de Don Quijote. Los hijos se comportan como los afligidos y los tristes que piden socorro al fuerte brazo del caballero. ¿Me habrán visto alguna vez vestida con armadura, lanza en mano? ¿No se dan cuenta de que además de ser madre, soy vieja y necesito la ayuda y el consuelo como el que más? ¿Actué yo igual con mis padres? Supongo que sí”. 

Casi al final, Caridad evoca la canción de Joan Manuel Serrat titulada De vez en cuando la vida, en el momento en que decide desvelar su secreto mejor guardado y que es, en realidad, el motor de todas las grandes quijotescas ensoñaciones que la mantienen con una vida que culmina leyendo, al fin ella también, el Quijote, que es de donde saca la energía para escribir y concluir su apasionante diario.

Yo también voy a terminar contándoles que la relación de amistad nos une a David y a mí también tiene mucho de quijotesco. Porque nuestra bendita locura compartida consiste en que nuestra Dulcinea futbolera es un pequeño equipo de provincias: la simpar Real Sociedad de San Sebastián. Lo mío aún tiene una explicación más lógica, pues soy donostiarra y no ser de la Real aquí, en San Sebastián, cuando –  y sobre todo porque en la infancia no hubiéramos podido ni soñarlo – uno tiene la edad de haberle visto ganar dos ligas, una copa y otra supercopa, así como alguna otra hazaña más reciente, es algo que se lleva hasta la muerte… que a veces parece algo inminente sobre todo cuando nos da por bajar a Segunda División. Pero lo de David aún me supera con creces, pues lo suyo comienza cuando él tenía apenas ocho años con una retahíla de nombres que empezaba en Arconada y terminaba en Lopez Ufarte, pasando por Celayeta, Górriz, Gajate, Kortabarria, Olaizola, Diego, Alonso, Idigoras, Satrústegui… y Zamora; sobre todo, Zamora el hombre que con su gol de Gijón, sin él saberlo cambió nuestras vidas y empezó a unirlas hasta que nuestros caminos convergieron hace poco más de una década en la Peña Zezen Txiki (Torico, en euskara) de Teruel, donde uno descubrió el milagro de que, no sólo existía el propio Teruel,  sino que también existían más de una treintena de seguidores de nuestra Real. A la que yo, además, llevaba siguiendo ya casi treinta años como periodista deportivo. Desde entonces, al igual que los cristianos se dicen hermanos en Cristo, somos David y yo hermanos en la Real.

Y es que Jesús Mari Zamora mató aquella tarde del 26 de abril de 1981 al gigante Real Madrid como David mató a Goliat.  Quizás ahí estuvo la clave de que nuestro David sintiera, en aquella lejana infancia de Albarracín, que también él había participado de la mayor hazaña que conocieron los tiempos: que otro pequeño David, que resultó ser su alter ego, derribara a Goliat cuando sólo faltaban 23 segundos para que el gigante estuviera de nuevo a punto de imponer su ley inexorable y – ¿por qué no decirlo? – insoportable, cada vez más insoportable. Y para rizar el rizo de esta sutil trama del destino y siendo como es la de los molinos de viento la aventura más célebre de cuantas acontecieron al nuestro ingenioso hidalgo Don Quijote, también en aquella hazaña, de la que siempre me resulta grato acordarme, hay un lugar para algo que su propio nombre denota que es molino y gigante a la vez: El Molinón de Gijón, desde donde salió volando hasta Valladolid la letal lanza que traspasó al merengado gigante que ya celebraba, insaciable, un nuevo triunfo, sobre el viejo feudo pucelano que llevaba  el nombre de José Zorrilla.  Don Juan Tenorio Gómez, vulgo Juanito, había hincado su rodilla en un gesto que iba ser de gratitud a los cielos y que terminó tornándose grotesca imagen de seductor engañado y derrotado. 

La verdad es que unos cuantos años antes de aquel prodigio, exactamente, en 1975, yo ya me había prendado de Albarracín, pese a lo cual, cosas de la vida,  no volví hasta 27   años después, ya casado y con dos hijos, cuando la peña turolense de la Real me nombró su socio de honor, algo inolvidable y que fue realmente el origen de esta gran amistad. Un honor solo igualado por la invitación que David Saéz Ruiz me hizo para que escribiera el prólogo de este libro excepcional: No es tan fácil morir. En el cual descubriréis que, en justa correspondencia a mi platónico amor por su Albarracín del alma, su querencia por mi Donostia-San Sebastián, no se circunscribe únicamente a los colores blanquiazules, txurirudiñak, de la Real Sociedad, sino que  se extienden por la propia ciudad, con la que también  Caridad sueña una y otra vez; así como por Gipuzkoa; de la misma manera en que yo mismo no me quedo sólo con Albarracín, sino que también aspiro a ser un nuevo y humilde, aunque ya sesentón, amante de Teruel.

Y ahora, queridos lectores, aun a sabiendas de que la calidad literaria de este prólogo no alcanza ni de lejos, la de la novela, les animo y les invito a entrar sin dilación en la magistral prosa de David Sáez Ruiz en No es tan fácil morir. Les garantizo que no es tan fácil dejarla; más bien, todo lo contrario. Háganlo por Caridad, su protagonista y por Don Quijote de la Mancha.

Gorka Reizabal Pato
Periodista de la Real

y amante de Teruel y Albarracín

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