jueves, 10 de diciembre de 2020

 El año sin Pato



No me creerías.

Si te contara, Pato, la travesía que emprendió la vida, justo después de tu marcha, no me creerías. Saldrías con una de aquellas greguerías tuyas, tan personales, tan bien afinadas.

Asumiré que andas por la grada de Atotxa, micrófono en mano. Que desde allí, nos ves.

Te habrá gustado comprobar hasta qué punto sigue en pie la última peña que apadrinaste:

Pato Txuri Urdiñaren Lagunak.

Ahí andamos, cada domingo, sufriendo juntos. Y cada jueves. Qué manera de disfrutar con la Real. Y cómo impone ver por la televisión, cada partido, el campo vacío. Ahora escuchamos los gritos de los futbolistas, las arengas de Imanol, el silencio que precede al gol, el gol de los utileros y los suplentes. Anoeta se ha mudado a nuestras casas, y la Real vive en cada comedor.

Tú sabías que el fútbol es tan solo un juego. Que lo importante habita en los aledaños del negocio, del ruido, del circo mediático. Sabías que la Real es la gente que la sueña, nada más y nada menos. Y vaya si soñamos.

Cómo contarte…

Apenas tres meses después de tu marcha, llegó la final que tantas veces se nos escapó. Por fin, después de aquel maldito marzo de 1988, la Real alcanzó de nuevo la final de Copa. Contra el Athletic, nada menos. Y después de ganar al Madrid en el Bernabéu, a partido único, por 3 a 4. Jugamos la semifinal contra el Mirandés, y aquella noche de Anduva, el grupo de WhatsApp explotó de ilusión.

¡Cuánto nos acordamos de ti!

Ya teníamos el viaje a Sevilla planeado y todo, Pato. Pero una semana después, el mundo que conocíamos reventó en mil pedazos. Confío en que allá donde estés, te habrán llegado ecos de este desastre, porque si tuviera que explicarte bien cómo ha sido el año que ahora termina, esta carta sería interminable. Y aquí andamos, todavía. A medias con la vida, el aliento contenido y los corazones cansados. Pero en pie, apoyados en la esperanza que nos han regalado los científicos, y abrazados al consuelo que cada semana nos regala la Real, nuestro resquicio de ilusión.

Qué manera de jugar al fútbol, amigo.

Te vas a pensar que nos hemos vuelto arrogantes, los de la Real. Cómo podría contarte que ahora, el número 21 txuri urdin lo viste, nada menos, que don David Silva. El de verdad, no es un sobrino lejano. Y cómo pelea y juega al fútbol el canario. Debió de intuir que en ningún sitio del mundo iba a estar mejor que en Donosti, porque de repente, una noche de verano nos anunciaron que había fichado por la Real.

También está con nosotros Monreal, y continúa Míkel Oyarzábal, menudo capitán. Y Míkel Merino, y Portu, y Januzaj, y Zubimendi, un chaval que apuntaba maneras en el Sanse y ahora nos recuerda a Xabi Alonso. Palabras mayores. Y Gorosabel, que parecía un suplente de guardia y se ha convertido en un lateral fantástico. Y Barrenetxea, y Guridi, y Merquelanz, y Aritz, y Le Normand, y Zaldúa, y Zubeldia, y Guevara, y William José, y también Isak. Es que hasta Sagnan parece que puede funcionar.

Solamente se fue Martintxo, y estamos seguros de que lo hizo con algo de pena.

Hoy, precisamente, jugamos en Nápoles, en un estadio que ahora se llama Diego Armando Maradona (seguro que el mito ya ha revolucionado el cielo).

Solo vale la victoria para pasar de fase y todos pensamos que es posible.

No te digo más.

Parece que te oigo, con tu voz de radio, siempre a tono con la sonrisa que se intuía en el teléfono:

“Ahora en la Real todo el mundo canta, mientras David Silva, y en Bilbao lloran”.

O algo así.

No me negarás que habrías salido con alguno de esos chistes malos, tan buenos, que inventabas al vuelo.

Tenemos pendiente la reunión del grupo, para celebrarte, Pato. Para acordarnos de que un día te empeñaste en que unos y otros supiéramos de la existencia de los demás. Parece que en los próximos meses, la vida volverá a parecerse a aquella que conocimos. Eso nos cuentan los científicos. Todos los aficionados soñamos todavía con esa final que quedó en el limbo de este trastabillado 2020. Nos han contado que es posible que se juegue en abril, ojalá que con algo de público en las gradas. En cualquier caso, Pato, lo de esa Real Sociedad promete un regreso a gestas de otro siglo.

Nadie se atreve a decirlo en voz alta, ya sabes cómo somos los de la Real. Pero ninguno podemos evitar el sueño alzado: el más grande de los pequeños, el más pequeño de los grandes ¿recuerdas?

El que más y el que menos, se teme que cuando llegue esa final anhelada, igual tenemos que salir con los suplentes, Pato. Porque lo mismo nos estamos jugando la liga.

Este juego de palabras y quimeras también lo hubieras firmado tú ¿a que sí?

No te olvidamos, amigo.

Te fuiste, pero quedándote.

Aúpa la Real. 

David Sáez


sábado, 18 de abril de 2020

Perdonen la tristeza

Perdonen la tristeza. 

(cuentos de la Real)




Perdonen la tristeza y disculpen mis motivos.
La gente está muriendo en soledad y no hay nada más amargo que la muerte en soledad. La soledad de los muertos y la soledad de los vivos que no pueden abrazarse, no pudieron despedirse  y no podrán cicatrizar el duelo en mucho tiempo.

Aquel día en que al despertar, el monstruo de la pesadilla continuaba al pie de la cama, todo cambió.
Por mi parte, en lugar de aprovisionarme de papel higiénico, me apresuré a esconder al niño que envejece conmigo. Temía que se contagiara de la desesperanza que yo mismo empezaba a incubar, y lo oculté tan celosamente que no he vuelto a saber de él. Como cuando guardas esa llave importante en un lugar tan seguro, que queda a salvo de tu propia memoria.

La vida ha mutado en resistencia, resignación y temblor de porvenir.
Cuando nadie me juzga, echo en falta el aire libre, el camino infinito de los pinares, la expectativa de reír, cantar, amar y ser amado. Y cada vez que extraño lo que antes tenía, me avergüenzo y me niego el derecho a la melancolía. Con lo que está sufriendo el prójimo, me siento indecente por añorar mi pequeña rutina. En este tiempo infame, he aprendido a silenciar mis ansias de libertad, mi grito diario de frustración, incluso mi temor por lo que nos espera.

Exploto, casi a diario, hacia dentro.
En detonaciones controladas que procuro amortiguar bajo la guitarra de Mark Knofler o el terciopelo del Nano Serrat.
Camino en círculos y me mantengo en pie, como, supongo, hacen ustedes.
Pero hoy, ese niño que había perdido, ha escapado de su guarida y me ha recordado que esta noche debía jugarse la final de Copa.
Fútbol, pensarán.
Otra vez fútbol.

Ya sabrán discuparlo, los niños son un poco impertinentes y peligrosamente sinceros.  
Menos mal que soy un eterno escritor nobel, con pocos lectores y todavía menos seguidores en las redes sociales. Si la humanidad balconera e inquisidora supiera de mi pena porque esta noche no hay fútbol, me crucificaría a insultos y vomitaría sobre mí su propia amargura.
Pues espero que sepan disculparme, pero confieso que ayer reventé a llorar porque hoy no hay fútbol. Como no había llorado en semanas, como si no hubiera un mañana para seguir llorando. Lloré las lágrimas de todas mis tristezas juntas, algunas más que caducadas.
Todo por culpa del puñetero niño.
¿Dónde demonios lo dejaría?

No se enfaden. No es que me falte el fútbol. Lo que me falta es la Real (por si el matiz romántico atenúa el pecado)
Desde que aprendí a andar, he sido de tropezón fácil, porque casi siempre anduve imaginando futuros recién pintados y un ayer pasado a limpio para cada día. En mis ensoñaciones, he inventado canciones sin partitura, besos improbables y realidades estadísticamente imposibles. E intercalados entre mis delirios, he construido decenas de partidos de fútbol, narración infantil incluida, todos con final feliz.

Durante décadas, viví, literalmente, esperando que llegara el (no) partido de esta noche. Mientras tanto desarrollé oficios, cultivé relaciones humanas y me hinché a fracasar sin descanso. Hace poco más de un mes, la Real se clasificó para esa final por tanto tiempo deseada, y el sueño se materializó en un hecho real, con fecha y hora.
Aquella misma noche decidí que el dieciocho de abril, contra viento y marea, yo iba a estar en Sevilla.
Pero una semana después de aquel milagro, la vida nos gastó esta broma. Y aquí estamos, todavía. Chupando un palo, sentados, sobre una calabaza.

Les aseguro que no pierdo de vista lo fundamental, pero me van a perdonar la tristeza, mi nostalgia peor.
Esta tarde sacaré mi bufanda azul y blanca al balcón. Mis héroes serán los mismos que los suyos, los únicos reales. Los que nos cuidan, los que nos curan, los que un día conseguirán hallar la fórmula mágica.
El ser humano, entre otros defectos, es extraordinario.
Y además de aplaudir y postrarme ante todos ellos, seguiré abrazado a la ternura de Chaplin, a las viñetas de Escobar, la primavera de Vivaldi y la escritura de Miguel Delibes. Sin todos ellos, yo no sabría sostener esta cordura tan frágil que padezco.

Ya en la cama, con una Copa de menos y dos de más, imaginaré la jugada ideal, con el tiempo cumplido: Xabi Prieto (que volverá a jugar para mí) inventará un regate de seda junto al banderín del córner. Segundos antes, Arkonada habrá parado un penalti. Lanzará el balón al cielo de Atotxa y Darko Kovacevic lo bajará del cielo para dejárselo a Mikel Oyarzábal, que lo cederá a Zamora, siempre Zamora. Tocarán la pelota todos mis dioses infantiles, y el centro definitivo de Xabi lo remataré, quizás, yo mismo, a portería.
¡Gol de la Real!
Seguramente, si cierro los ojos, escucharé narrar la jugada a mi amigo Pato Reizábal.
¡Gooooooooool de la Real!
Y cuando despierte, tal vez el  monstruo se haya ahogado en un sueño.
O no.

#CuentosDeLaReal

En Albarracín, a 18 de abril de 2020

lunes, 13 de abril de 2020

Pinceladas y cadenas (Rodeno)

Rodeno





Rodeno de mis pesares,
verde cielo, beso añil; 
luz de mi camino triste, 
pinar de mi andar feliz.

Febrero de 2020.