La Yaya no sabía de amores intangibles.
Ella quería a golpe de tableta de chocolate, libertades de merengue y abrazos de batín.
Le costaba entender mi extraña devoción por la Real, pero tejió mi primera bufanda blaquiazul, y encargó esta botella en el horno de la Consuelo, siempre a la vanguardia de los productos personalizados.
Aquel David con pelo y en escala de grises, todavía soñaba en color.
Veinticinco años después, he aprendido a soñar en blanco y negro, aunque trato de respirar, de vez en cuando, en colores vivos.
Me quedan, ya, pocas verdades sin caducar, pocos misterios por resolver.
Uno de ellos habita dentro de esta botella:
¿A qué demonios sabrá el vino?
Este sábado, posiblemente, lo descubra, Yaya.
Aúpa la Real.
#Microcuento #MiFinalDeCopa