sábado, 18 de abril de 2020

Perdonen la tristeza

Perdonen la tristeza. 

(cuentos de la Real)




Perdonen la tristeza y disculpen mis motivos.
La gente está muriendo en soledad y no hay nada más amargo que la muerte en soledad. La soledad de los muertos y la soledad de los vivos que no pueden abrazarse, no pudieron despedirse  y no podrán cicatrizar el duelo en mucho tiempo.

Aquel día en que al despertar, el monstruo de la pesadilla continuaba al pie de la cama, todo cambió.
Por mi parte, en lugar de aprovisionarme de papel higiénico, me apresuré a esconder al niño que envejece conmigo. Temía que se contagiara de la desesperanza que yo mismo empezaba a incubar, y lo oculté tan celosamente que no he vuelto a saber de él. Como cuando guardas esa llave importante en un lugar tan seguro, que queda a salvo de tu propia memoria.

La vida ha mutado en resistencia, resignación y temblor de porvenir.
Cuando nadie me juzga, echo en falta el aire libre, el camino infinito de los pinares, la expectativa de reír, cantar, amar y ser amado. Y cada vez que extraño lo que antes tenía, me avergüenzo y me niego el derecho a la melancolía. Con lo que está sufriendo el prójimo, me siento indecente por añorar mi pequeña rutina. En este tiempo infame, he aprendido a silenciar mis ansias de libertad, mi grito diario de frustración, incluso mi temor por lo que nos espera.

Exploto, casi a diario, hacia dentro.
En detonaciones controladas que procuro amortiguar bajo la guitarra de Mark Knofler o el terciopelo del Nano Serrat.
Camino en círculos y me mantengo en pie, como, supongo, hacen ustedes.
Pero hoy, ese niño que había perdido, ha escapado de su guarida y me ha recordado que esta noche debía jugarse la final de Copa.
Fútbol, pensarán.
Otra vez fútbol.

Ya sabrán discuparlo, los niños son un poco impertinentes y peligrosamente sinceros.  
Menos mal que soy un eterno escritor nobel, con pocos lectores y todavía menos seguidores en las redes sociales. Si la humanidad balconera e inquisidora supiera de mi pena porque esta noche no hay fútbol, me crucificaría a insultos y vomitaría sobre mí su propia amargura.
Pues espero que sepan disculparme, pero confieso que ayer reventé a llorar porque hoy no hay fútbol. Como no había llorado en semanas, como si no hubiera un mañana para seguir llorando. Lloré las lágrimas de todas mis tristezas juntas, algunas más que caducadas.
Todo por culpa del puñetero niño.
¿Dónde demonios lo dejaría?

No se enfaden. No es que me falte el fútbol. Lo que me falta es la Real (por si el matiz romántico atenúa el pecado)
Desde que aprendí a andar, he sido de tropezón fácil, porque casi siempre anduve imaginando futuros recién pintados y un ayer pasado a limpio para cada día. En mis ensoñaciones, he inventado canciones sin partitura, besos improbables y realidades estadísticamente imposibles. E intercalados entre mis delirios, he construido decenas de partidos de fútbol, narración infantil incluida, todos con final feliz.

Durante décadas, viví, literalmente, esperando que llegara el (no) partido de esta noche. Mientras tanto desarrollé oficios, cultivé relaciones humanas y me hinché a fracasar sin descanso. Hace poco más de un mes, la Real se clasificó para esa final por tanto tiempo deseada, y el sueño se materializó en un hecho real, con fecha y hora.
Aquella misma noche decidí que el dieciocho de abril, contra viento y marea, yo iba a estar en Sevilla.
Pero una semana después de aquel milagro, la vida nos gastó esta broma. Y aquí estamos, todavía. Chupando un palo, sentados, sobre una calabaza.

Les aseguro que no pierdo de vista lo fundamental, pero me van a perdonar la tristeza, mi nostalgia peor.
Esta tarde sacaré mi bufanda azul y blanca al balcón. Mis héroes serán los mismos que los suyos, los únicos reales. Los que nos cuidan, los que nos curan, los que un día conseguirán hallar la fórmula mágica.
El ser humano, entre otros defectos, es extraordinario.
Y además de aplaudir y postrarme ante todos ellos, seguiré abrazado a la ternura de Chaplin, a las viñetas de Escobar, la primavera de Vivaldi y la escritura de Miguel Delibes. Sin todos ellos, yo no sabría sostener esta cordura tan frágil que padezco.

Ya en la cama, con una Copa de menos y dos de más, imaginaré la jugada ideal, con el tiempo cumplido: Xabi Prieto (que volverá a jugar para mí) inventará un regate de seda junto al banderín del córner. Segundos antes, Arkonada habrá parado un penalti. Lanzará el balón al cielo de Atotxa y Darko Kovacevic lo bajará del cielo para dejárselo a Mikel Oyarzábal, que lo cederá a Zamora, siempre Zamora. Tocarán la pelota todos mis dioses infantiles, y el centro definitivo de Xabi lo remataré, quizás, yo mismo, a portería.
¡Gol de la Real!
Seguramente, si cierro los ojos, escucharé narrar la jugada a mi amigo Pato Reizábal.
¡Gooooooooool de la Real!
Y cuando despierte, tal vez el  monstruo se haya ahogado en un sueño.
O no.

#CuentosDeLaReal

En Albarracín, a 18 de abril de 2020

lunes, 13 de abril de 2020

Pinceladas y cadenas (Rodeno)

Rodeno





Rodeno de mis pesares,
verde cielo, beso añil; 
luz de mi camino triste, 
pinar de mi andar feliz.

Febrero de 2020.