martes, 10 de mayo de 2016

Reseña de Ana Ubé para la Presentación de Pídeme un deseo (19-4-2016)



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PÍDEME UN DESEO de DAVID SÁEZ 




Buenas tardes. Me siento muy honrada de estar hoy aquí y poder participar en la presentación del libro Pídeme un deseo de David Sáez, merecedor del premio literario de Éride Ediciones de este año.


Agradezco la deferencia que el autor ha tenido hacia mí al proponerme presentar su libro. Conozco a David desde que era un chiquillo, y estudiaba en el Colegio de la Salle de Teruel. Lo veía en casa de mis suegros, sus tíos, y siempre me había parecido un muchacho muy despierto, con una mirada curiosa, educado y considerado con todos. Le perdí de vista un tiempo y le volví a encontrar ya licenciado en psicología, padre de familia, excelente profesor, buen profesional y al poco también estrenándose en las lides de escritor, senda por la que ha seguido día a día superándose, acaparador de más y más ediciones y ya de premios, como es el caso de esta novela, Pídeme un deseo; pero sobre todo, al volverlo a encontrar, lo que más alegría me dio fue comprobar que seguía siendo una gran Gran Persona.

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Alejándome ahora de los aspectos más personales y familiares voy a hablaros a continuación de algunas de mis impresiones como bibliotecaria y lectora de “Pídeme un deseo”


El primer aspecto que quiero destacar es su vertiente ingeniosa y cómica. Hablaros del humor que destila. David nos hace este regalo desde el principio: el regalo de la risa. Nos permite, ya desde lo que él ha titulado Prefacio, sumergirnos en un mundo surrealista en el que la ironía campa libremente por cada uno de los recovecos de la novela.

Decía Henri Bergson que para que lo cómico produzca efecto exige algo así como una momentánea anestesia del corazón. Se dirige a la inteligencia pura. Y en efecto, anestesiados paradójicamente por la advertencia que ya desde las primeras frases del libro nos pone sobre aviso, entramos en el universo excesivo y excéntrico de Agatha, Serafín, Eduardo, Eulogio… en la ensoñación miope de doña Mari Lucecita… en la enajenación sobresaltada de Doña Maria del Pilar de Zaragoza Madre del Amor Hermoso…

Ante nosotros van a desfilar en los diferentes capítulos del libro una serie de personajes absurdos, incluido Serafín, el supuesto autor de la obra que como aspirante a demiurgo pretende creer que es él quien hace bailar a todos los protagonistas a su capricho. Jugar con ellos como si fueran títeres, arrastrándolos, haciéndolos rodar por las pendientes de una historia que desde el principio se nos anuncia con un final cuando menos sorprendente ¿Qué ha sido de Bertín? ¿Qué ocurrirá con Agatha y su ardiente y levantisco Eduardo?

Como un excelente caricaturista David Sáez (y no Serafín) hace gesticular a todos los actores de esta historia, hablar, quejarse, rebelarse… nos hace asistir como lectores/espectadores al éxito de sus veleidades y a sus fracasos… Sin duda hay caricaturas que tiene más parecido que los retratos y David se sirve a la perfección de ellas para poner de manifiesto ante nosotros las contorsiones que él, como buen profesional de la psicología, observa día a día a su alrededor.

Y tiene mecanismos de sobra nuestro autor: sabe utilizar con destreza los artificios usuales de la comedia, la repetición periódica de una frase en bocas diferentes o de una escena vista desde otro recoveco, la inversión simétrica de los papeles, el desarrollo geométrico de los quid pro quo y tantas otras combinaciones que con la agilidad aparente del transcurrir de la vida va desgranando hasta el final del relato.

Reímos al principio, al medio y al final. No cambia el tono, no se produce el giro, ni el relato se transforma de pronto en melodrama, aunque surja la adversidad y se convoquen a una todas las fuerzas de la fatalidad. La ironía de un surrealismo ligero y ágil lo impregna todo, no deja resquicio al patetismo del lamento.

Sonriamos pues, pero no nos engañemos: nos dice también el filósofo que no hay nada cómico fuera de lo que no es propiamente humano, y he aquí la trampa: a la vez que nos reímos de algo o de alguien, como si de un espejo escondido se tratará, estamos riéndonos también del reflejo de nosotros mismos; porque, lo queramos o no, tarde o temprano nos acabamos reconociendo en alguna de las actitudes o de las frases de esos seres estrafalarios que se van colando en cada una de las páginas de Pídeme un deseo. Nos reímos de las ocurrencias de esos chiflados pero en su razonamiento extraviado percibimos una condición que de un modo quizás extraño o tal vez no del todo sorprendente nos toca las mismas fibras que todos compartimos, las más hondas, las más intangibles: la íntima y definitivamente humana.

Y en medio de ese universo de vértigo descubrimos que también es el mundo del padre sin nombre, de los sin memoria, de la madre que no ve, del reprimido, del obseso, del ofuscado, del que tiene miedo a soñar, a ser diferente, del que definitivamente no se atreve a ser libre, o ni siquiera a Ser.

Todo lo serio de la vida proviene de nuestra libertad. Los sentimientos que hemos madurado, las pasiones que hemos incubado y las acciones que hemos deliberado, determinado y ejecutado, lo que en suma, proviene de nosotros y es buen nuestro, eso es lo que da a la vida su aspecto más dramático y, en general, grave. ¿Qué es lo que haría falta para transformar todo esto en comedia? Habría que imaginarse que la aparente libertad encubre unos hilos y que, como dice el poeta, somos aquí abajo
…humildes marionetas
Cuyos hilos están en las manos de la Necesidad.
Este mecanismo resulta todavía más cómico cuando es circular y repetitivo como ocurre en Pídeme un deseo.
Y ese es el gran acierto de la obra de David.

¿Qué hay de tan humano y cercano en estos personajes a nosotros? ¿En estas caricaturas grotescas que aparecen y desaparecen en cada capítulo sin una queja? El mismo título nos lo indica: el Deseo
Deseo y Libertad van indisolublemente unidos.
El Deseo, escrito con mayúsculas, no es ese algo/alguien por el que suspiramos, por el que podemos llegar a perder el sueño o incluso la dignidad. En nuestra cultura el deseo se vive como una carencia y la satisfacción del mismo conlleva la posesión de aquello que consideramos nos falta. Por consiguiente, si deseamos un objeto que percibimos como “malo” nuestro deseo inmediatamente lo calificaremos también como perverso.

Nos es así como lo conciben algunos reputados filósofos actualmente. Por ejemplo para Gilles Deleuze DESEO es ante todo “construcción”. Para este entusiasta profesor “la vida es aquello en lo que nos encontramos metidos, lo que nos empuja. Es más fuerte que cualquiera, porque nace más acá de nosotros y nos lleva más allá de nosotros. Un flujo, una corriente, un viento. La vida, así vivida, es una vida gozosa, es una vida que se mueve por deseos y por alegría”.

Agatha, el atribulado personaje de nuestra novela al que se le cumplen todos los deseos, influenciada y sobre todo afectada por una cultura edificada sobre el árbol familiar según teorías psicoanalíticas (recordad los que hayáis leído ya el libro lo presente que siempre están la familia y su pasado) llega en un momento dado a no querer desear más, se niega a desear. Se siente culpable. La cultura arborescente, que desde tiempos de Freud se nos ha inculcado a todos en mayor o menor medida, le está recordando una y otra vez su carga genética: lo que eres es lo que eres.

Si el objeto de su afán no hubiera sido su cuñado y profesor de filosofía Eduardo sino el vitalista profesor Deleuze, éste le habría hecho comprender mucho antes del final de la novela como el inconsciente es una auténtica fábrica y que el deseo es producción que no se define por la carencia ni por el juicio trascendente. Lo difícil, pues, no es conseguir lo que se desea sino que lo auténticamente complicado es saber desear. Porque desear implica la construcción misma del deseo: pronunciarse sobre que mandato se prefiere, a que mundo se aspira para que sea el mundo que te conviene… el deseo se convierte de esta manera en el resultado de desear, es un resultado y es en sí mismo siempre virtuoso. Visto así, ya no hay juicio exterior a la vida y al deseo.
Liberar la vida no es algo abstracto. La literatura la rescata gracias a la creación de personajes. Estos personajes, fruto de la invención de los escritores, son fantásticas potencias de vida, gigantes de la vida: su misma existencia es ya resistencia frente a la estupidez y la mediocridad. La filosofía como la literatura también tienen esa función de resistir frente a los necios y los zafios. La propuesta de Deleuze para liberar la vida del lenguaje del ser y de los juicios trascendentes se podría expresar en tres acciones: borrarse, experimentar, hacer rizoma.

Y en esas se ven nuestros personajes de Pídeme un deseo. Entre broma y broma, entre susto y susto o felación y felación Ágata ira descubriendo que el modelo rizoma es mucho más gozoso y comporta más alegrías, ya que no pretende saber lo que uno es de una vez por todas. Si escuchará finalmente a Deleuze se cercioraría de que el deseo es plenitud, alegría, y que si algo falta, sin duda siempre se puede conquistar, lo que importa es saber desear.

Quisiera, ahora ya centrándome en la estructura de la novela, destacar un aspecto que me parece muy interesante y es la forma en que nuestro autor ha envuelto la historia.

Se trata de un recurso poco convencional: una suerte de monólogos de diferentes personajes que van contándonos la misma historia desde distintos puntos de vista, en los que ha incorporado incluso a Serafín, el supuesto escritor de la novela. En todo momento es una narración introspectiva, que juega con la subjetividad del lector, sin límites aparentes.

Este enfoque narrativo múltiple, asociado al humor irónico, a veces hasta corrosivo del que he hablado al principio, unido a la exaltación de los procesos oníricos y de semiinconsciencia, y como no a la efervescencia de la pasión erótica que recorre cada párrafo hacen que a menudo nos parezca estar leyendo una obra plenamente surrealista.

Termino ya… siento si les he cansado… lo cierto es que en la mayoría de las ocasiones, el análisis de una obra no es más que un cúmulo de conjeturas y suposiciones del estudioso que pretende encontrar su justificación en el texto.

Me quedan muchas cosas que añadir, pero sobre todo también muchas preguntas. Por ejemplo preguntarle a David el porqué de ese padre sin nombre, de esa mesa de los innombrables.

Saber el nombre de una persona sirve para algo más que llamarla. El tener nombre es además de un derecho fundamental de la persona, una fuente de poder, de magia, quizás el secreto más íntimo de cada ser humano. Lo que no le preguntaré a David es el nombre de su personaje, del padre de Eduardo, no sea como el del malévolo enano de los hermanos Grim… ¿al final era "Rumplestilskin" su nombre?

Termino ya, de verdad. Ahora al que hay que escuchar es a David, al que voy a dar paso inmediatamente, él nos contará mucho y nos contará además muy bien, como lo sabe hacer cuando escribe.

Ha sido un placer leerte y un privilegio hacer la presentación de tu obra.

Enhorabuena David y mucha suerte siempre

Ana Ubé


Centro Asociado de la UNED en Teruel


19 de abril de 2016.

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